En un centro, en la otra parte del mundo, rodeado de mujeres sacadas de la esclavitud más aberrante (toda esclavitud es aberrante), o lo que es lo mismo, del mismo infierno. Humillado, quebrantado, roto en mil pedazos, pero con un gozo inexplicable al verlas restauradas, sonrientes, esperanzadas, con la dignidad devuelta... Están cantando, y se miran, y alzan sus manos, y agachan la cabeza.. Y yo sigo roto. Pero ocurre lo peor que podría pasarme en ese momento: Me piden que cante. Me ruborizo. Componiendo canciones desde los 15 años, y justo ahora todas me parecen una porquería, casi infantiles.
¿Qué les canto yo a estas almas que han vivido la crueldad y la maldad más oscura del hombre?. Temblando, cojo la guitarra. Lo único que me viene a la cabeza es una canción que habla sobre la Gracia. Ellas saben muy bien de qué hablo. Yo pregunto ¿Cómo se dice "aleluya" en tailandés?. Entre risas, me responden: "Aleluya". Al final, acabamos todos entonando el final de la canción: "Aleluya, aleluya". Y yo salgo de allí sano de mis heridas, a través de sus heridas sanadas.
"...por sus heridas fuimos nosotros sanados." (Isaías 53:5)
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