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domingo, 25 de junio de 2017

Cuántos esclavos tienes?

Sí, ¿Cuántos esclavos tienes?
Antiguamente, tener esclavos te daba cierto rango y honor. Cuántos más tuvieras mejor era tu posición social y tu respeto. No importaban las vidas, ni las voluntades, ni los sueños, ni lo cuerpos. Perdían las tierras, sus familias, la misma dignidad, arrancada de sus almas por un coste cualquiera; a veces más, o a veces menos, pero fuera cual fuera,  para la sociedad de entonces, ellos, no valían ni pocas monedas. Solo servían para lo que servían.

Cuando se habla de esclavitud en tiempos pasados, automáticamente pensamos en negros. Sí, la raza negra fue la más acusada en toda la historia de la humanidad.  Muchos hombres lucharon por la abolición de la esclavitud, y algunos se dejaron la vida por declararlos libres de forma audible. Es absurdo tratar de extender más este tema, porque la esclavitud ha sido estudiado y sabido desde la mismísima escuela, plazas de pueblos y lavanderías. Nadie con posibilidades o sin recursos ignora aquella realidad cruel y sangrienta que sometió y degradó, hasta quedar sin fuerzas o morir, a miles y miles de seres humanos.  

“-Pobrecitos negros”- decimos, como ya estando por encima de las circunstancias y a modo de agua pasada… y creo que ignoramos cuán profundo y arraigado está en el corazón del hombre el tomarse libertades y adueñarse de la vida de otros, aun hoy en día. Esto no se ha acabado, señores, el mundo jamás fue tan esclavo como lo es en estos, nuestros días. Hoy, el concepto y práctica de esclavitud se ha perfeccionado tanto como ha avanzado la vida, las tecnologías y la globalización se ha colado por cada rincón del planeta.

Ya no hablamos de esclavitud como la conocíamos antes. 
Podemos hablar de esclavitud sexual, laboral, infantil, en un sinfín de variedades. Pero déjame ir más allá, sólo un poco más. Déjame mencionar una pequeña y sutil esclavitud que ejecutamos o que sufrimos, depende del lado en qué te encuentres, y de la ocasión. Hemos perdido el respeto y la educación. Cada generación se perfecciona más en depravarse, de modo que ya no sabemos qué hacer con nuestros hijos, padres, alumnos, compañeros, vecinos, y puedes añadir lo que quieras.

Se paga por sexo, y uno ya se siente dueño del cuerpo de otro, para beneficio propio. Se explota trabajando a personas adultas y niños, y se les roba el tiempo, las fuerzas, y su dinero.  No hemos comprado a nadie, pero nuestra boca es como látigo que castiga sin piedad a quien está a nuestro lado. No hemos recibido el derecho de opinión, pero hemos arrasado con disertaciones amistosas, porque simplemente tenemos autoridad y en la mayoría de casos, labia.


Nos hemos adueñado de la mente de otros, usando nuestra influencia para nuestro bienestar. Nuestras conciencias parecen limpias porque no hay espaldas rajadas, donde emana sangre, pero el alma de muchos yace moribunda en el suelo de oficinas, casas, escuelas, parques, iglesias, organizaciones, coros, ordenadores, y demás foros y medios.

No somos capaces de analizar nuestras maneras y palabras, nuestra posición y formas, nuestra influencia, nuestras conversaciones, nuestras miradas, nuestros derechos y libertades, nuestras “cosas claras”, en conclusión, nuestras vidas.
Y somos esclavos unos de otros, del sistema, de la rueda, de la presión de grupo, de prejuicios, de suposiciones, de la sociedad, de palabras hirientes, de violencia, de los medios, de la pobreza y del miedo. Esclavos de vicios, de religiosidad, del marketing, del famoseo, del oportunismo, de las ganancias, del pasado duro, del presente bloqueado, y del futuro ausente. Y si alguno se librara de algo, como el gran Libro  dice: esclavos del pecado. Que es el origen de nuestra desdichada fabrica tan productiva. Hoy, sólo lanzo un suspiro a favor de la humanidad: Un modelo equivocado, produce resultados desastrosos. Necesitamos mirar a Aquel nos hace libres: nuestra Libertad por excelencia.


Ahora bien, sé que pasaste mi pregunta por alto, pero déjame que te vuelva a preguntar: ¿Cuántos esclavos tienes?

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